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Texto completo disponible aqui: Juan Driver. Una Teología Bíblica de la Paz

Contenido:
Prefacio del autor
Capítulo 1. La violencia en el A.T. y el Dios de justicia y paz
Capítulo 2. La política de Jesús: pacificador por excelencia
Capítulo 3. Paz, salvación y la obra redentora de Cristo
Capítulo 4. La paz y la misión de la Iglesia
Capítulo 5. Dios y César: paz y militarismo
Capítulo 6. La vivencia de la paz al nivel de la comunidad y la familia
Capítulo 7. Hacia una espiritualidad de la paz
Capítulo 8. Ser iglesia de paz: cultivando la tradición de Jesús
Apéndice: La paz y la justicia en Apocalipsis

Juan Driver *

Juan Driver obtuvo el Master of Divinity en el Goshen Biblical Seminary en Indiana, EUA, y el Master of Sacred Theology en la Perkins School of Theology en DalIas, EUA. Con su esposa Bonita Landis sirvieron primero como voluntarios del Comité Central Menonita en Puerto Rico y posteriormente han servido como misioneros y profesores en diversos países de América Latina, el Caribe y España. Es autor de diversos artículos, libros y ensayos relacionados con su actividad docente y ministerial, la mayoría publicados tanto en español como en inglés. Falleció el 17 de marzo de 2022.

INTRODUCCION

El término “paz” (en sus principales formas) aparece unas cien veces en el Nuevo Testamento. A juzgar por el lugar prominente que ocupa en las Escrituras, debe ser un concepto de importancia fundamental para la comprensión del Evangelio.

En su sermón en casa de Cornelio, Pedro señala que el contenido del mensaje de Dios a los hijos de Israel es “el Evangelio de la Paz por medio de Jesucristo”. Lo mismo dice Pablo en Romanos 5:1, “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Y varias veces más Pablo escribe de “las buenas nuevas” o del “Evangelio de Paz” (Ef. 2:17; 6:15; Rom. 10:15). En Efesios 2, señala la creación de una nueva Comunidad de Paz como obra fundamental de Jesucristo.

Las Escrituras nos dicen que Dios es un Dios de paz y que Cristo es Señor de paz. El profeta le llamaba al Mesías esperado el “Príncipe de paz”; el fruto del Espíritu de Dios es paz y vivir en el Espíritu es… justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Resumiendo:

  • Dios es Dios de paz
  • Jesucristo es Señor de paz
  • Su Espíritu es Espíritu de paz
  • Su Reino es reinado de paz
  • Su Evangelio es la buena nueva de la paz
  • Sus hijos son hacedores de paz (pacificadores)

La paz está en el mismo corazón de la vida que vivimos y del mensaje que proclamamos los cristianos. Pero, ¿en qué sentido puede llamarse las buenas nuevas de la obra salvadora de Dios el “Evangelio de Paz” como en efecto Pedro y Pablo lo hacen?

En nuestra búsqueda de una respuesta muy poca ayuda podemos hallar en la tradición de la iglesia de los últimos diecisiete siglos. Al pasar los años y los siglos han entrado tantos elementos extraños a la auténtica vida de la iglesia que nos resulta difícil entender que el Evangelio de Jesucristo en su esencia tiene que ver con la paz. En último caso podría verse como tranquilidad espiritual e interior de personas con tendencia mística, pero ¡no en las relaciones sociales entre hombres y mujeres de carne y hueso en una comunidad humana!

Como consecuencia de su interacción con las culturas que la han rodeado, la vida y el mensaje de la iglesia han tendido a sufrir modificaciones. Por eso, a fin de renovarse en forma auténtica, la iglesia se ve obligada constantemente a volver a sus raíces; tiene que saltar por encima des las deformaciones acumuladas, cuestionar tradiciones y volver a sus raíces en Jesucristo. Precisamente algunas de estas deformaciones más notables son las que se dan en torno al concepto de paz que tuvieron Jesús y sus discípulos en el Nuevo Testamento.

I.  SIGNIFICADO BIBLICO DE PAZ

¿Qué significa paz en el sentido bíblico? El diccionario de la lengua española no nos ayuda. Sus definiciones son las tradicionales. Debe recordarse que Jesús y sus discípulos eran judíos del primer siglo. Aunque vivieron en una colonia oprimida bajo el Imperio Romano y aunque escribieron los Evangelios y las Epístolas en griego, eran hebreos en su forma de ser y pensar. Se hallaban dentro de la mejor tradición profética hebrea (Mt. 5:12).

De modo que cuando Jesús y Pedro y Pablo hablan de paz y de las buenas nuevas como Evangelio de la Paz, lo hacían en el sentido hebreo de “shalom” (que es el término hebreo que significa paz). El concepto de “shalom” era fundamental para el pueblo hebreo. Es un término de significado amplio.

Quiere decir principalmente bienestar integral o salud plena en el sentido más amplio, material al igual que espiritual. Tiene que ver con una condición de bienestar que resulta de relaciones auténticamente sanas, tanto en las personas como con Dios.

Según los profetas, reinaba la paz en Israel cuando había justicia, bienestar común, igualdad de trato y de salud, de acuerdo con el orden establecido por Dios en el pacto que había hecho con su pueblo. “Shalom” es convivir según la intención de Dios expresado en su pacto. Por otra parte, cuando había desigualdad de oportunidades, injusticias, opresión, tanto social como económico, no había “shalom”.

Un ejemplo de esto lo vemos en la forma en que el profeta Jeremías se quejaba de los profetas falsos de su tiempo que, debido a la ausencia por el momento de conflicto armado, anunciaban por todas partes “paz, paz”. Pero, por su parte, Jeremías respondía “no hay paz” (Jer. 6:14). En el mismo contexto encontramos la razón detrás de la denuncia de Jeremías. “Como jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos. Se engordaron y se pusieron lustrosos, y sobrepasaron los hechos del malo; no juzgaron la causa, la causa del huérfano; con todo se hicieron prósperos, y la causa de los pobres no juzgaron” (Jer. 5:27,28).

De manera que para los hebreos, paz no era meramente la ausencia de conflicto armado, sino la presencia de condiciones que conducen al bienestar de un pueblo en todas sus relaciones sociales y espirituales. No es meramente tranquilidad de espíritu o serenidad de mente, o paz en el alma, sino que tiene que ver con relaciones armoniosas entre Dios y Su pueblo y relaciones de justicia y concordia entre los miembros del pueblo. El “shalom” resultaba cuando se vivía según la intención de Dios para su pueblo, según su ley, justa, buena, santa.

De hecho las palabras paz, justicia y salvación con prácticamente sinónimas para el bienestar que resulta cuando los humanos viven en la armonía creada por relaciones rectas y justas. Y esta paz es nada menos que el don de Dios a su pueblo. Y sobre todo, “shalom” describe el reino mesiánico que Cristo vendría a inaugurar. El profeta Isaías decía:

“Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,

del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación,

del que dice a Sión: ‘¡Tu Dios reina!’” (Is. 52:7)

(Son notables las cinco líneas paralelas que son prácticamente sinónimas en su significado).

Este es el sentido (shalom) en que Jesús, Pedro y Pablo usaban el vocablo “paz”. Cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da” (Jn. 14:27), anunciaba la vida

de profundo bienestar y salvación en el “shalom” de la nueva comunidad del Espíritu. No se trata de algo interior que fortalece aunque por fuera haya conflicto, aunque esto también sería cierto. El miedo (v. 27) les puede sobrevenir como consecuencia de tener que seguir viviendo de acuerdo con estos valores sin contar con la presencia física del Mesías. El Espíritu Santo hace posible vivir de acuerdo con el nuevo pacto de Dios en justicia, comprensión, igualdad, amor y paz. Se trata de “shalom” que es un fruto que el Espíritu da, no principalmente ni meramente a individuos solos, sino a todos los miembros del cuerpo de Cristo, a fin de hacer posible una vida comunitaria más profunda, más auténtica, más de acuerdo con la intención de Dios.

Este concepto global de paz no hace inválido el hecho de la paz personal que proporciona confianza y seguridad interior a los individuos, pero sí, subraya el hecho de que la paz es mucho más que esto. Un auténtico “shalom” coloca al individuo dentro de la nueva comunidad del Espíritu donde se da todo el fruto del Espíritu, donde se ejercen los dones del Espíritu, y donde se experimenta la salvación que el Espíritu hace posible.

II.  OTROS SIGNIFICADOS DE PAZ

A este concepto hebreo de paz se agregan otros significados realmente paganos en su origen.

A.  Griego: “Eirene”

La vitalidad de la iglesia primitiva la llevó al mundo greco-romano con su proclamación del Evangelio de Paz. Por su parte, los griegos tenían su propio término, “eirene”. Pero lo notable es que su significado era bastante distinto del “shalom” hebreo de Jesús y los apóstoles. Paz, para los griegos era un estado o una condición estática, más bien que el sentido dinámico de relaciones interpersonales tan característico del “shalom”. Podría significar un estado de descanso o la ausencia de conflicto.

Para los estoicos principalmente significaba una condición mental y espiritual de armonía y orden interior. Se manifestaba en actitudes y sentimientos pacíficos y tranquilos, de recogimiento interior.

A pesar de representar un énfasis bastante extraño al pensamiento hebreo y bíblico, pronto notamos algunos de estos conceptos junto con sus prácticas correspondientes haciendo entrada en la iglesia. Ascetas y ermitaños cristianos se retiran a solas del bullicio mundano buscando recogimiento y armonía interior. Algunos de estos conceptos (tranquilidad interior, etc.) que son más griegos y paganos que hebreos han perdurado hasta nuestros tiempos en ciertas clases de espiritualidad.

B.  Romano: “Pax”

La Pax romana era renombrada en el mundo antiguo y consistía en la ausencia de conflictos armados, siendo asegurada por la presencia del poderío militar romano. En realidad el centurión a quien Pedro se dirigía sus palabras en Hechos 10:36 era un “pacificador” según el modelo romano, oficial del ejército de ocupación, encargado de la seguridad y el orden a fin de que las riquezas de las colonias pudieran llegar a Roma. Esta paz consistía en el mantenimiento de la “ley y orden” en el imperio.

Poetas romanos se referían a la época como la “edad de oro”. Pero entre las naciones subyugadas no era exactamente eso, pues la Pax romana estaba construida sobre la represión de todos los enemigos del Imperio. Eran oprimidos y exprimidos y sus recursos colocados al servicio de Roma. Fue a partir del emperador Constantino cuando esta forma de imponer la paz, tan contraria al espíritu de Jesús y al significado de “shalom” comenzó a recibir la bendición de la iglesia. Eusebio se convierte en su apologista.

Otro aporte romano al concepto de paz en la iglesia ha resultado de su tendencia a concebir la relación entre Dios y los humanos en términos forenses o jurídicos y legales, según la mentalidad romana. Con el paso de los siglos, sus conceptos de pecado como transgresión de la ley divina y de perdón en términos de castigo, satisfacción y declaración de absolución forense, contribuyeron al sistema penitencial romano. Luego el sistema sacramental de la iglesia (contrición, confesión, satisfacción, absolución) estaba diseñado para lograr “paz con Dios” de parte del pecador penitente en quien se ha creado una conciencia atribulada.

Luego en la Reforma protestante, aunque Martín Lutero reaccionó contra el legalismo en el sistema penitencial de la Iglesia Romana, él también luchaba dentro de sí mismo para encontrar seguridad de perdón (era monje agustino). En esta situación encontró consuelo en el texto paulino “justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).

Pero esta “paz con Dios” ha tendido a comprenderse principalmente en términos de la seguridad interior que el individuo halla bajo el indulto de un Dios misericordioso. Este aspecto es importante pero no agota en ninguna manera el sentido bíblico de “paz”.

El concepto global de “shalom” no hace inválida la idea de una paz personal que le da a uno confianza y seguridad interior de reconciliación con Dios. Pero subraya el hecho de que la paz bíblica es mucho, muchísimo, más que esto. Tiene que ver con una nueva relación con Dios y también con nuestros semejantes en el contexto de la comunidad del Espíritu.

Por la gracia de Dios se abra la posibilidad de una comunidad de paz y justicia basada en el amor e inspirada por el Espíritu de Dios, en lugar de ser un mera agrupación de individuos guiados por intereses propios y preocupaciones egoístas y relaciones un tanto legalistas o jurídicas.

Desgraciadamente, la dimensión comunitaria, social y espiritual de la “paz de Dios” se les escapa a muchos cristianos que conciben la “paz” en una forma casi netamente individualista e interiorizada. Debido a las distorsiones y deformaciones griegas y romanas ocurridas en la tradición de la iglesia, no nos damos cuenta de la naturaleza fundamentalmente social y comunitaria del “Evangelio de paz”, e imaginamos que podemos tener paz con Dios aunque estemos en guerra con el semejante, porque lo uno es cuestión del alma y lo otro es exterior. Pero desde la perspectiva bíblica este dualismo no es aceptable. En la visión bíblica ser humano es lo que hace, y obra de acuerdo con lo que es.

A continuación quisiéramos señalar varios ejemplos en el Nuevo Testamento de los alcances del Evangelio de Paz para la formación de una comunidad de “shalom”.

III.   LA VIVENCIA DE LA PAZ

La Biblia no contiene una teología intelectualmente elaborada de la paz, o de la justicia o de la salvación. Contiene, más bien, descripciones de vivencias de la paz, o exhortaciones a su vivencia cuando, por la infidelidad del pueblo, la visión cayó en el olvido. La teología es reflexión en torno a la actividad salvadora de Dios en su medio a fin de poder dar expresión a esas vivencias y comunicarlas en su testimonio misional. No se concibe de la paz sin experiencias reales de shalom. No se concibe de la justicia aunque reinen condiciones de obvia injusticia. No se concibe de una salvación auténtica sin su vivencia correspondiente.

A. Formas que toma la paz en la comunidad mesiánica neotestamentaria

  1. La comunidad cuyas vivencias hallamos en las páginas del Nuevo Testamento era una auténtica alternativa social al igual que espiritual. Efesios 2:13-19 describe algunos elementos que caracterizan esta nueva comunidad de la paz de Dios. Estar “en Cristo” (13) no es tanto una mera experiencia espiritual interior y mística, como una participación concreta en la nueva humanidad creada por Dios en Jesucristo.

El Evangelio de la paz abre la posibilidad de una nueva relación con Dios que se convierte en realidad en la medida en que vivamos en una nueva relación con nuestros semejantes. En esta comunidad las diferencias y las barreras que separan a los humanos son superadas: nacionalismos (eso de “todo por la patria” es una idolatría), racismos, prejuicios basados en diferencia de sexo, espíritu de competitividad

social y económica, diferencias culturales, religiosas y sociales que contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte de otros.

Estar “en Cristo” ofrece la posibilidad viva de realizar la comunión entre personas muy diversas, humanamente hablando. Se trata de vida compartida en todos los niveles de convivencia humana: social, espiritual, económica, etc. El Evangelio de la paz derrumbó la barrera más formidable de la antigüedad: la muralla que separaba a judíos y gentiles.

Según el Nuevo Testamento, en esta comunidad de paz los enemigos son reconciliados de tal forma que la violencia queda fuera de lugar en las relaciones interpersonales; personas de diferentes razas y nacionalidades se convierten en hermanos/as, en una confraternidad que no es meramente mística e invisible, sino que toma formas sociales concretas; los pobres son socorridos, los enfermos son sanados, pecadores rebeldes son reconciliados con Dios y con sus semejantes, etc. En fin, la función del Evangelio de la paz en Jesucristo consiste en restaurar esa comunidad de amor y paz y justicia que responde a la intención de Dios para la humanidad. En realidad se trata de la vida del reino de Dios que Jesús vino a inaugurar y que, en el poder de su Espíritu Santo, comenzamos ya aquí a vivir.

  • Otro ejemplo de los alcances del Evangelio de la paz lo encontramos en la formación de la comunidad primitiva en Jerusalén. A raíz de la obra del Espíritu en Pentecostés la iglesia naciente tomó forma de “koinonía”, o vida compartida (cf. 1 Jn. 1:1-4, “comunión”). Donde el Evangelio de la paz es oído y obedecido el Espíritu Santo crea un nuevo sentido de comunidad caracterizado por una profunda preocupación mutua y una apertura de unos para con otros. De esta comunidad leemos en Hechos 4:32: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. Aquí se descubren dos espíritus muy distintos que están en conflicto:
  1. Uno es el espíritu egoísta (“suyo propio”). Se enfatiza lo que es de uno mismo; lo “propio”; el individualismo; los intereses propios; predomina el concepto de lo privado. Esta orientación concentrada en lo propio, en propiedad, es fundamentalmente idólatra (Ef. 5:5, “avaro, que es

idólatra”), pues se coloca a uno mismo, el “yo”, en el centro, como elemento de mayor importancia. Este espíritu fue rechazado por la comunidad de Jerusalén.

En realidad las sociedades modernas generalmente se basan en este principio bajo alguna forma de contrato social que regula la competitividad egoísta y los intereses propios en un equilibrio de poderes. El concepto de la “propiedad privada” es ajeno al espíritu de “shalom”. Pero lo trágico, no es tanto que las sociedades democráticas seculares se rigen por este principio, sino que la iglesia de

Jesucristo muchas veces se organiza bajo estos principios democráticos de equilibrio de poderes y mutuo respeto de derechos. Este es el concepto romano de paz más bien que el “shalom” que proclamó Jesús y los apóstoles.

  • El otro espíritu, y éste es el que caracterizaba a la iglesia de Jerusalén, es el espíritu de comunión; de vida en común; de comunidad. Predomina la disposición a compartir generosamente para el bien común en todo nivel de la vida. Es en esta comunidad de paz donde el individuo halla una realización más plena.

En esta comunidad son librados de la tentación a la idolatría, pues Dios está en el centro de las relaciones humanas y la vida se comparte por el poder de su Espíritu. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la congregación empezó a poner en práctica en su medio las condiciones del “año del jubileo”, o “de remisión”, el año de nuevos comienzos que Jesús mismo había pregonado al comenzar su ministerio. “El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha ungido … para predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18). Según el jubileo, la tierra y su plenitud son de Dios y por lo tanto sus recursos han de utilizarse según las necesidades y para el bienestar de su pueblo. A fin de corregir injusticias que surgían con el paso de los años se debía declarar periódicamente el “año de remisión” en que las deudas eran perdonadas, los esclavos eran liberados, los patrimonios familiares que se habían perdido por apremio económico eran devueltos. La iglesia de Jerusalén, en su deseo de realizar en forma concreta el Evangelio de la paz anunciado por Jesús, fue llevada por el Espíritu Santo a renovar en su medio las provisiones del “año de remisión”, a fin de dar expresión a la comunión que experimentaban. Y como los escritos de Pablo nos indican, este espíritu de compartir continuó en la iglesias primitivas (2 Cor. 8:13,14).

No será necesario organizar la iglesia del siglo XXI en todas partes según el plano exacto de la comunidad de Jerusalén. Pero sí, debemos tomar con toda seriedad el espíritu y la forma

fundamentalmente comunitarios que surgen del “shalom” de Dios que Jesús proclamó. Debemos escoger entre comunión y egoísmo como principios de vida.

  • Finalmente debemos recordar que, en cuanto somos los hijos de Dios, seremos hacedores de la paz (pacificadores, Mt. 5:9). Nos asemejaremos a Dios en la medida en que vivamos y obremos para que la paz prevalezca entre los seres humanos. Los hijos de Dios, a fin de cuentas, son los que se parecen a Dios en su actuar.

Como pacificadores estamos llamados a solidarizarnos con los pobres y los oprimidos; a obrar por la sanidad de los enfermos y los afligidos; a dar de comer a los hambrientos; a cuidar de los rechazados y

de los solitarios en la sociedad; a proclamar un mensaje de libertad y paz a los esclavizados, rogándoles en nombre de Cristo que sean reconciliados entre sí, y con Dios.

La persona que ha sido alcanzada por el Evangelio de la paz y transformada por el poder del Espíritu de Dios difícilmente puede admitir que se practique con conciencia limpia el egoísmo, la competitividad desenfrenada, la ambición desorbitada, el deseo de renombre, la acumulación egoísta de bienes, la violencia, los prejuicios raciales y étnicos, la discriminación, la injusticia, y la falta de piedad sincera y auténtica. ¡Y menos todavía puede hacerlo en nombre de la fe!

El cristiano que es motivado por el Espíritu de su Señor no practica esta forma de vida aunque la gran mayoría de la sociedad secular lo haga. El pacificador, en el estilo de Jesús, no se deja colocar en el molde del mundo. Es realmente notable que en el primer siglo de la era cristiana el término

“pacificador”, tal como aparece en Mateo 5:9, designaba a dos clases de personas muy distintas. El término aparecía en las monedas del Imperio Romano designando al emperador. Y según este uso, significaba su actividad, y hasta la fuerza violenta, que se creía necesaria para asegurar la continuidad del Imperio. (“Si quieres la paz, prepara la guerra”, es la expresión tradicional que refleja esta actitud.)

Por otra parte, Jesús dio esta designación a sus seguidores, a aquellos que, en su servicio compasivo y sacrificial hacia sus semejantes, y aún hacia sus enemigos, comunican el amor de Dios; a aquellos que son agentes del reinado de Dios en el mundo. La actividad de éstos es determinada, no por lo que hace el emperador, sino por la forma de ser y actuar de su Señor, Jesús de Nazaret, el Mesías, Príncipe de Paz.

Jesús ha de ser la norma para determinar nuestro estilo de vida. Su camino de paz y justicia determina la forma de nuestra presencia, proclama y actuar en el mundo. Jesús nos invita a entrar y a participar en su nueva Comunidad de Paz, renovados en el poder de su Espíritu, y a vivir la paz anticipando la venida de su reino de paz en toda su plenitud.

IV.   EL EVANGELIO: MENSAJE DE PAZ TANTO EN NUESTRA CONDICIÓN COMO NUESTRA ACTUACION

En Jesús el Mesías, se cumple la visión profética del shalom mesiánico, la paz esperada en el Antiguo Testamento. Por eso el mensaje de Dios por medio de Jesucristo se llama “El Evangelio de Paz” (Hech. 10:36).

Así, desde la caída cuando comenzó a reinar la rebeldía y la desobediencia hacia Dios y la violencia hacia los semejantes, ha sido la intención de Dios reconciliar a los seres humanos consigo mismo y entre sí. Pero no hay fuerza ni poder humanos ni divinos capaces de “imponer” una reconciliación, ni con Dios ni entre los humanos, ya que la reconciliación tiene que ser libre y voluntaria. Pero en esto Dios ha tomado la iniciativa dando su vida por nosotros y ofreciendo una demostración costosa de su amor en la cruz, aun cuando éramos sus enemigos (2 Cor. 5:17-21; 1 Jn. 3:16; 4:9-10). La cruz de Cristo es la estrategia de Dios para responder a sus enemigos, venciéndoles con el amor.

En la cruz Dios nos ofrece 1) su perdón, 2) la posibilidad de una nueva relación con él de amor y obediencia, y 3) la posibilidad de relaciones reconciliadas con nuestros adversarios. Generalmente se han reconocido los primeros dos resultados de la cruz: el perdón y la reconciliación con Dios. Pero el tercero, la posibilidad de relaciones reconciliadas con nuestros enemigos, se le ha escapado a la mayor parte de la cristiandad.

El ejemplo más claro de esta paz es la reconciliación que se produjo entre judíos y gentiles en el primer siglo por medio de Jesús (Ef. 2:13-15). La muerte de Jesús era para todos igualmente, eliminando así las enemistades con Dios y entre ellos, y creando una comunidad de paz. De modo que, por medio de la cruz, Cristo reconcilió a los que eran enemigos superando así la hostilidad más notable del mundo antiguo. Así que esta paz es parte integral del Evangelio. Es una buena noticia saber que la guerra contra Dios, al igual que la guerra contra nuestros enemigos, ha terminado y que ahora puede haber paz. Pero también la cruz de Cristo ha sido el modelo para otras áreas de conflicto que nos afectan hasta el día de hoy. La cruz de Cristo elimina, en principio, (y también en realidad si se lo permitimos) todas las barreras entre los sexos, las clases sociales, económicas, políticas y raciales entre los pueblos.

En la cruz de Cristo, Dios nos dice que ama a sus enemigos hasta el punto de sufrir y sacrificar su vida a favor de ellos. Y ahora nos invita a nosotros a imitar a su Hijo en la cruz con la misma clase de amor sacrificial hacia otros en todos los niveles de nuestra vida: familia, iglesia, trabajo, relaciones públicas, etc. En este mundo violento y egoísta se nos invita a creer que en Cristo una nueva era ha comenzado y que podemos imitarle a Jesús en su amor desinteresado. Para Dios todo es posible. Y todo es posible para los que creemos en verdad que el Mesías de Dios ha venido. La era mesiánica ha llegado en Cristo. La resurrección y Pentecostés son pruebas de ello. En el poder del Espíritu es posible vivir el camino de la cruz. Precisamente en este mundo caído y en todas las áreas de nuestra vida seguimos a Cristo en el camino costoso de la paz y la no-violencia, sabiendo que tendremos que sacrificar nuestros egoísmos y nuestras violencias y que bien puede costar nuestra vida por amor al

enemigo. Pero estamos convencidos de que la única forma de ser hijos auténticos de Dios es ser pacificadores, tal como Él lo es.

Aunque esta visión del significado de la muerte de Cristo goza de autoridad neotestamentaria, y aunque contribuyó poderosamente a la auto comprensión de la iglesia primitiva, en el transcurso de la historia de la iglesia ha caído en desuso. Tan es así que esta visión parece ser una innovación para la mayoría de los cristianos ortodoxos, tanto católicos como protestantes, en nuestros tiempos. Pero no es difícil adivinar la razón por el extraño silencio de esta visión del significado de la cruz de Cristo en la iglesia de los últimos diecisiete siglos.

Desde el siglo IV, se ha venido pensando que la violencia es justificable, y aún necesaria en la Iglesia. Agustín hablaba por muchos de su época, y hasta el día de hoy, cuando dijo que la paz, tal como Jesús lo hizo a costa de su propia vida, no era una posibilidad realista para los cristianos de su tiempo. Por lo tanto esta manera de comprender la muerte de Jesús que cuestiona tan frontalmente las prácticas violentas de los cristianos estaba destinada a caer en el abandono. Otras imágenes para comprender la cruz fueron enfatizadas, e incluso en algunos casos deformadas, de modo que la muerte de Jesús podía ser comprendida en forma totalmente “ortodoxa” sin cuestionar radicalmente las enemistades que separaban a la humanidad y las violencias con que esta situación de alienación humana se ha perpetuado.

En cambio, la muerte de Jesús (al igual que su vida) fue un poderoso componente de la visión que condujo a la Iglesia apostólica a rechazar la violencia en las relaciones humanas y aún a responder a sus enemigos con un amor semejante al amor de Dios, encarnado en Jesús. Y desde entonces y dondequiera que cristianos se han dispuesto a seguir a Cristo radicalmente, la muerte de Jesús les ha servido como inspiración y fundamento para su no-violencia hacia sus enemigos.

V.  MOVIMIENTO ANABAUTISTA: APORTES A UNA VISION ECLESIOLOGIA RADICAL

A la luz de esta visión bíblica de la paz, ¿qué dice el anabautismo radical para nuestros tiempos? Para este propósito resumiremos cuatro signos fundamentales de una identidad radical anabautista.

A.  Signo de comunidad y de compromiso misional: El bautismo

A partir de Constantino la iglesia generalmente ha entendido el bautismo en términos de la salvación del individuo. En el catolicismo tradicional ha sido un sacramento esencial para la salvación. Entre los protestantes tradicionales también se ha enfocado en términos salvacionistas. Pero raras veces se

ha enfocado desde sus raíces neotestamentarias como (a) símbolo de identificación con la misión salvífica de Jesús y (b) signo constituyente de una nueva clase de iglesia – una comunidad alternativa de paz al servicio del reinado de Dios en el mundo.

El bautismo en el movimiento anabautista del siglo XVI era un componente fundamental dentro de un contexto mucho más amplio. Si bien era cierto que el anabautismo fue combatido por las autoridades eclesiásticas y seculares con la pena de muerte, no lo hacían por el mero hecho de re-bautizar con agua a personas que habían sido cristianizadas como niños. Se trataba de una cuestión sumamente más fundamental. Era parte de una lucha popular para restaurar al pueblo acceso a los medios de la gracia de Dios que se habían concentrado en manos del establecimiento eclesiástico, con su monopolio sacramental y clerical. En el anabautismo histórico este esfuerzo resultó en una nueva vivencia eclesial – basada en una nueva visión de la vida y misión de la iglesia, enraizada en Jesús y en la comunidad primitiva.  Mediante el bautismo se creaba una nueva comunidad misional y alternativa.

Los votos bautismales a seguir a Jesús eran una alternativa al juramento de lealtad con que los ciudadanos medievales comprometían su lealtad a las autoridades civiles. Se trataba de sedición el no bautizarse como niño y rehusar prestar el juramento de lealtad exigido.

Todos los sectores del movimiento anabautista se inspiraban en una pneumatología viva. Para comenzar, se insistía en que el Espíritu Santo tenía que hacer su obra en los corazones de las personas a fin de iniciar y sostener una vida de fe. Hubmaier, uno de los anabautistas menos “pneumáticos” hablaba de tres bautismos: un bautismo del Espíritu, un bautismo en agua, y un bautismo de sangre.

Por su parte, Conrado Grebel tenía entre sus textos favoritos los ejemplos en Hechos de los Apóstoles que muestran la estrecha relación entre “un bautismo interior del Espíritu” capaz de producir una “fe venida del cielo” y el bautismo en agua.

El término “anabautista” era un insulto utilizado por los adversarios del movimiento. Ellos mismos hubieran preferido usar “hermanos y hermanas”. Pero al escoger el término “anabautista” sus enemigos acertaron en cuanto a lo que era fundamental en la eclesiología del movimiento. Si los hermanos hubieran estado dispuestos a enfatizar el bautismo interior del Espíritu, sin el signo del bautismo en agua, no hubiera surgido un movimiento anabautista. La tentación a espiritualizar el signo bautismal era muy grande, ya que de vida y muerte se trataba. Fue la decidida insistencia en este símbolo, con la realidad que simbolizaba, que aseguró la existencia de la alternativa eclesiológica visible y concreta en la historia que nosotros llamamos “anabautista”.

La iglesia verdadera, para los anabautistas, era una comunidad visible con signos exteriores de transformación interior. El anabautismo llegó a ser un movimiento debido a su convicción que las realidades interiores y exteriores no podían ser separadas con integridad.

Los anabautistas vislumbraban una salvación comunitaria, o social (relacional), más que meramente interior e individualista.  Personal, sí; individualizante, no.

  1. Se creaba mediante el bautismo una comunidad misional. Esto es evidente en la interpretación del primer bautismo celebrado por los disidentes radicales reunidos en torno a Zuinglio en Zurich. “Después de la oración, Jorge Cajakob se puso de pie y rogó a Conrado Grebel que por amor a Dios lo bautizara con el verdadero bautismo cristiano, por su fe y su convicción. Y puesto que se prosternó con ese ruego y ese deseo, Conrado lo bautizó, … Cuando eso hubo ocurrido, los demás expresaron también su deseo. Y así se consagraron juntos, con gran temor de Dios, al nombre del Señor. Uno confirmó al otro en el servicio del Evangelio y comenzaron a enseñar la fe y a sostenerla”.

Hubo una correspondencia entre la práctica anabautista del bautismo y su visión eclesiológica. Su concepto de bautismo conduce a una definición de la iglesia esencialmente misional. Aun antes de secarse el agua bautismal en las cabezas de los participantes en el primer bautismo anabautista en Zurich, “se comisionaron unos a otros en el servicio del evangelio”. Por su parte, Hans Hut, el fogoso evangelista en tierras alemanes, solía bautizar a los creyentes e instruirles en relación con su participación en la iglesia y su tarea misionera. Esto incluía exhortaciones a obedecer los mandamientos del Señor y a predicar el evangelio. Su rito bautismal incluía la gran comisión con instrucciones para seguir proclamando el evangelio y bautizando.

Entre los textos misioneros más citados por los anabautistas primitivos estaba el Salmo 24:1, “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan”. Esta visión, junto con la gran comisión que Jesús había dado a sus seguidores, era toda la autorización que necesitaban los anabautistas primitivos para iniciar su misión, aun cuando se les fuera prohibida por las autoridades, tanto protestantes como católicas. Entre los alegados errores de los anabautistas estaba ésta,

“cualquiera que tenga una fe verdadera puede predicar, aun cuando nadie le haya comisionado para hacerlo, pues Cristo ha dado poder a cada uno de los humanos cuando dijo, Id y predicad a las

naciones.”

Los anabautistas primitivos serían la primera comunidad eclesial en más de 1000 años (desde Constantino) en relacionar de manera explícita y estrecha sus votos bautismales con la vocación misional de la iglesia. Y a diferencia de las órdenes misioneras dentro del Catolicismo Romano donde

la comisión misional está limitada a los que han recibido “órdenes” de la iglesia, los anabautistas fueron la primera comunidad eclesial en aplicar la gran comisión a todos los miembros de la comunidad de fe en base a sus votos bautismales. Esta misión es compartida por todo el pueblo. En su bautismo los miembros son comisionados a la misión evangelizadora, en su sentido más amplio, sin la necesidad de recibir más ordenación.

  • Se creaba, mediante el bautismo, una comunidad de discípulos, comprometida al seguimiento de Jesús. Cuando se les interrogaban a los anabautistas encarcelados en cuanto a la razón por su bautismo, no solían responder con razones muy sofisticadas. Sencillamente decían que obedecían al mandato bíblico a creer y a bautizarse, en ese orden. Pero hubo razones más fundamentales no solo para la misión de la iglesia, sino para el discipulado, también.

En el primer artículo de su primera confesión de fe expresaron su sentir de esta manera: “El bautismo debe ser concedido a todos aquellos a quienes se haya enseñado el arrepentimiento y la enmienda de su vida, y a todos aquellos que desean andar en la resurrección de Jesucristo y estar sepultados con él en la muerte, para poder resucitar con él.”

Esta es una evidente referencia a Romanos 6:3-5 donde Pablo describe el significado del bautismo en agua mediante el simbolismo de muerte y resurrección para que “andemos en vida nueva”. En realidad este simbolismo de bautismo en agua se encuentra más ampliamente difundida en el Nuevo Testamento. Jesús aclara que el costo del seguimiento de parte de sus discípulos es “beber el vaso que yo bebo, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado” (Mr 10:38; cf. Lc 12:50). En realidad la única manera explícita en que somos invitados a imitarle a Jesús y a seguir en pos de él es en asumir una cruz (Mr 8:34; 10:21; Lc 9:23; 16:24; et al.).

El bautismo era fundamentalmente un compromiso asumido ante la comunidad creyente. Y en esto se basaba su vida de fidelidad en el seguimiento de Jesucristo. Era señal exterior de una transformación y compromiso interior. Su “obediencia de fe” incluía, no solo el testimonio interior del Espíritu, sino también un testimonio exterior y un compromiso a una vida nueva en comunidad, conjuntamente con otros que habían hecho los mismos votos.

La iglesia por definición es esa comunidad que nace del bautismo. ¿Y cómo es esa iglesia que surge del bautismo, tal como éste se entiende en el Nuevo Testamento? “La Iglesia tiene que ser en el mundo y en la sociedad la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido un destino en la vida: el sufrir y morir por los demás. O sea, la Iglesia es la comunidad de los que existen para los demás. Y es también la comunidad de los que se han revestido de Cristo, es decir, de los que

reproducen en su vida lo que fue la vida de Jesús, el Mesías. Y además la comunidad de hombres y mujeres a quienes guía y lleva el Espíritu. Finalmente, es la comunidad de la libertad liberadora.”

B.   Signo de comunidad y de compromiso fraterno: La amonestación mutua

El bautismo no solo apuntaba a una nueva vida de discipulado sino también era ocasión para comprometerse a ayudar a los hermanos a ser fieles en su seguimiento de Jesús. De hecho, comprometerse al seguimiento de Jesús habrá sido el aspecto más característico del bautismo anabautista. En este contexto podemos entender la importancia que asignaron a la amonestación fraterna.

Al incluir en el rito bautismal el compromiso serio a practicar la amonestación mutua, Hubmaier refleja también su concepto de la iglesia y el pecado. La iglesia se compone de aquellos que han sido perdonados por Cristo y se han comprometido a vivir como discípulos de él. Por lo tanto se adopta la “regla” de Cristo. Por eso la autoridad para ejercer la amonestación en la comunidad de Cristo viene del compromiso asumido en el bautismo. En esta comunidad de fe, la gracia de Dios se manifiesta mediante el proceso de perdón y reconciliación. Para los anabautistas, el bautismo y la amonestación no eran dos realidades eclesiales totalmente distintas. Desafortunadamente, en la iglesia posterior la separación de estas dos prácticas de la iglesia han conducido a conceptos individualistas del bautismo y formas legalistas y punitivas de practicar la disciplina, o a ambos.

La regla de Cristo era visto como la alternativa en la iglesia a las formas coercitivas y violentas de ejercer la disciplina en el ámbito secular. Lejos de ser un castigo, la regla del amor de Cristo tiene como meta la restauración del hermano y de la hermana.

A diferencia de los demás grupos en el siglo XVI, los anabautistas incluían su compromiso a la amonestación fraterna en sus votos bautismales. “En lo que se refiere al bautismo… entendemos que ni siquiera un adulto debería ser bautizado sin la Regla de Cristo, del atar y desatar.”

Para los anabautistas la restauración de la iglesia no sería completa hasta que sus miembros se comprometieran libre y conscientemente a ser esta clase de iglesia, y mediante su bautismo, comprometerse a ejercer una amonestación fraterna y comunitaria. Es notable que las dos veces en los Evangelios (Mt. 16 y 18) que Jesús emplea el término “iglesia” son en contextos de amonestación fraterna.

Para ellos el propósito de la amonestación, o disciplina, no era la expulsión del ofensor sino su evangelización su sentido plena y auténtica. Como lo expresó Hubmaier, se restaura al ofensor “con gozo, como hizo el padre con el hijo pródigo.”

Ante la posibilidad de “tenerle por gentil y publicano” al hermano que no nos oye, la tendencia, muchas veces, es no decirle nada. Nuestro espíritu moderno se rebela contra esta clase de exclusivismo. Pero esto es mal entender el Evangelio. En el Nuevo Testamento, los gentiles y los publicanos eran los objetos predilectos del amor y la gracia de Dios, manifestados por Jesús. Lejos de ser exclusivista, es la única actitud responsable que podemos tomar hacia un hermano que ha dicho “que no” al señorío de Cristo en su vida. En lugar de pretender que el hermano ande bien, la comunidad debe volver a rodearle con toda la solicitud evangelizadora de Cristo.

Para que el proceso de amonestación fraterna sea eficaz y realmente restauradora, se presupone que la vida exterior de una persona refleje fielmente su condición espiritual interior, que la iglesia verdadera es una comunidad concreta de discípulos de Jesús. Al contrario, si una fe que salva es en esencia conocida tan solamente por Dios, y por eso es invisible, entonces no tendría sentido ejercer una amonestación fraterna.

Pero cuando se consideren las partes interior y exterior de la vida como dos caras de una misma moneda entonces la amonestación fraterna puede resultar ser salvífica. Para los anabautistas la amonestación fraterna tomaba el lugar del confesionario acompañado con todo el proceso penitencial en la cristiandad católica medieval. (En el Luteranismo se esperaba que la proclamación de la Palabra surtiera este efecto.) Y visto desde una perspectiva corporativa, la amonestación fraterna sería una forma concreta que tomaba la gracia de Dios para la restauración continua de la iglesia.

C.  Signo de comunidad y de vida entregada: La cena del Señor

A lo largo de la historia de la iglesia, las palabras “esto es mi cuerpo” han despertado intensas y amargas discusiones entre cristianos de las diversas tradiciones. Generalmente, estos debates han girado en torno a cuestiones metafísicas en relación con la manera de entender la presencia de Cristo en el pan y el vino. Tanto protestantes como católicos han entrado en estos debates bajo estas condiciones. Unos han concentrado en las definiciones doctrinales correctas y los otros han enfatizado el carácter sacramental de los símbolos como medios de gracia. Pero en ninguno de los casos se ha preguntado seriamente sobre su importancia para la iglesia en su seguimiento de Jesús en su vida y misión en el mundo.

Los anabautistas concibieron la Cena del Señor como conmemoración de la muerte sacrificial de Cristo. Así, se identificaron como herederos ideológicos de una larga tradición medieval europea anti- sacramentaria incluyendo a Erasmo y Zuinglio, que decían que “esto es mi cuerpo” significaba “esto significa mi cuerpo”. Pero esta dimensión no agotaba para ellos el significado de este símbolo.

Aun antes de los comienzos formales de un movimiento anabautista en Zurich, los disidentes suizos, que inicialmente inspirados por el programa reformista de Zuinglio pero, luego, crecientemente repulsados por lo que ellos consideraban ser una contemporización con las autoridades civiles en ponerlo en marcha, habían formulado algunas ideas para una desacralización de la Cena del Señor.

Para la celebración de la Cena del Señor, escribieron en su carta a Tomás Muntzer, “solo deben emplearse las palabras que aparecen en Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22 y I de Corintios 11, ni más ni menos. … Son palabras de institución de la cena de la comunión, no palabras de consagración. Debe utilizarse pan corriente. … Además debe usarse un vaso común. … Porque el pan no es otra cosa que pan aunque para la fe (sea) el cuerpo de Cristo y la incorporación al cuerpo de Cristo y a los hermanos.

… Nos demostraría que somos un solo pan y un solo cuerpo y que somos y queremos ser verdaderos hermanos entre nosotros. … Además no debería ser administrada por ti. Se suprimirá así la misa, en la que se participa individualmente. Porque la cena es una muestra de comunión, no una misa y un sacramento. Por eso nadie debe recibirla solo. … Tampoco debe ser celebrado en templos. … Eso es lo que crea una falsa adoración. Debe ser celebrada a menudo y con frecuencia.”

Hubmaier decía que la Cena del Señor es “una señal pública y un testimonio del amor, con el cual un hermano se brinda a otro ante la iglesia. Tal como en este momento parten el pan y comen juntos, y reparten la copa, así también cada uno ofrecerá su cuerpo y sangre para el otro. Confiando en el poder de nuestro Señor Jesucristo, recuerdan sus sufrimientos cuando parten el pan y reparten la copa y la Cena, y conmemoran su muerte hasta que él venga. Esta es la bondadosa obligación de la Cena del Señor que cada cristiano cumple hacia el otro, para que cada hermano puede saber que bien puede esperar del otro.”

Este enfoque “horizontalista” estaba más ampliamente difundido entre los Hermanos Suizos, pues una interpretación similar aparece en Reglas de orden congregacional. “La cena del Señor se celebrará cada vez que los hermanos se reúnan proclamándose así la muerte del Señor y exhortando de esta manera a todos a conmemorar cómo Cristo dio su cuerpo y derramó su sangre por nosotros, a fin de que nosotros también estemos dispuestos a brindar nuestro cuerpo y vida por amor a Cristo, lo que significa: por amor a todos nuestros semejantes.”

En relación con esta interpretación veamos la traducción que ofrece la Nueva Biblia Española de 1 Cor. 11:23-24. “Porque lo mismo que yo recibí y que venía del Señor os lo trasmití a vosotros: que el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía.” (Nos tiende a sorprender esta traducción pues hemos venido interpretando el texto en términos de una repetición del símbolo en lugar de verlo como invitación a entregar nuestras vidas tal como lo ha hecho Cristo.)

De la manera en que el bautismo en agua da testimonio que uno toma con seriedad el mandato a amar a Dios por encima de todas las cosas y que uno ha muerto para si mismo y resucitado a novedad de vida en Cristo, así también la cena da testimonio que uno toma en serio su compromiso a amar a su prójimo como a si mismo. Este concepto horizontal de la cena como respuesta y compromiso es característicamente anabautista en contraste con otros conceptos tradicionales.

D.  Signo de comunidad y de vida compartida: La ayuda mutua

El bautismo de los anabautistas no sólo los comprometía a asumir responsabilidades mutuas en sus relaciones espirituales, sino también en sus relaciones económicas. De acuerdo con el testimonio de una congregación de los Hermanos suizos en Estrasburgo en el año 1557, se les acostumbraba preguntar a los candidatos para el bautismo: “si en caso de necesidad estarían dispuestos a entregar todas sus posesiones para el servicio de la hermandad y a no desamparar a cualquier miembro en necesidad, si pudieran ayudarle.”

Desde los comienzos del movimiento anabautista, participación en el Cuerpo de Cristo significaba lealtad absoluta al Cuerpo en cuestiones sociales, económicas y políticas (¡que son también cuestiones espirituales!).

La convivencia en la comunidad era inspirada y facilitada por el Espíritu de Cristo y ordenada según el modelo de Jesús y los apóstoles. Esto implicaba que las relaciones económicas en la iglesia no serían como las del mundo. También se rechazaban las distinciones jerárquicas que caracterizaban las relaciones sociales contemporáneos.

Entre los anabautistas del siglo XVI se adoptaron dos formas clásicas de organización económica: las comunidades huteritas, sistemáticamente estructuradas, y las comunidades suizo-alemanas, cuyas estructuras económicas eran más informales, pero no menos reales. En los dos grupos se nota el mismo espíritu motivador, los mismos resultados comunitarios concretos de ayuda mutua, y la misma actitud desprendida en relación con los bienes materiales. De hecho ambos grupos fueron percibidos

como amenazas sociales por las autoridades seculares de su época y, entre otras cosas, fueron perseguidos por creerse amenazas, “comunistas” y “fanáticos”.

Entre 1555 y 1595 las comunidades huteritas en Moravia florecieron notablemente durante un periodo sorprendentemente libre de persecución. Pudieron crear una auténtica alternativa socio-económica en la sociedad europea contemporánea. Crearon un sistema educacional popular que resultó en una tasa de alfabetización del 100%. Organizaron un sistema de producción eficiente y notables servicios administrativos contratados mediante convenios libres en plena época feudal. Sus logros culturales, incluyendo la medicina, se destacaron notablemente. Su artesanía cerámica fue codiciada en toda Europa. Su producción literaria, incluyendo su monumental Crónica huteriana, fue también notable. Tan valiosos fueron sus aportes que los príncipes católicos olvidaron su deber de perseguirles, y hasta les eximían del pago de los impuestos bélicos.

Relaciones económicas entre las comunidades de origen suizo-alemán están reflejadas en el artículo 5 de Reglas de orden congregacional. “Ninguno de los hermanos y hermanas de esta comunidad debe tener algo propio, sino – como los cristianos en el tiempo de los apóstoles – tener todo en común y reservar en forma especial un fondo común, del cual se podrá prestar ayuda a los pobres, de acuerdo con las necesidades que tenga cada uno. Y como en la época de los apóstoles, no permitirán que ningún hermano pase necesidades.”

Conclusión

Concluimos con palabras de Juan Mateos, reconocido teólogo católico español. “Jesús no propone

ideologías. … A lo que él se pone es a formar un grupo donde ese ideal se viva. Mientras no existan comunidades así, no hay salvación, el objetivo de Jesús está anulado y su doctrina y ejemplo se convierten en una ideología más. Por supuesto, para fundar esas comunidades no se puede usar la violencia, si el ser persona libre es esencial al grupo, la adhesión tiene que darse por convicción propia. … De allí el empeño que deben poner los que creen en Jesús por formar comunidades que vivan plenamente el mensaje.”

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