Moore, Charles E. y Timothy Keiderling. «Siendo Testigos: Relatos de martirio y discipulado radical.» 2021

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Texto completo disponible aquí: Moore, Charles E. y Timothy Keiderling. Siendo Testigos: Relatos de martirio y discipulado radical

Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará.

John D. Roth y Elizabeth Miller

Seguir a Jesús puede ser peligroso. El 14 de abril de 2014, miembros del Boko Haram, un grupo islámico radicalizado, atacó una escuela de niñas en Chibok y secuestró a la mayoría de las alumnas. De las casi trescientas niñas secuestradas, al menos 178 eran miembros de la Ekklesiyar Yan’uwa a Nigeria (EYN), un grupo de la Iglesia de los Hermanos cuyo compromiso con el bautismo de adultos y la no resistencia bíblica los sitúa dentro de la tradición anabautista. Desde 2013 unos diez mil miembros de la EYN han
sido asesinados y muchos más han sido obligados a huir de sus hogares.

Durante dos milenios los cristianos de todas las tradiciones han honrado la memoria de personas y comunidades que han sufrido y con frecuencia han muerto por razones de su fe.

Por ejemplo, los grupos anabautistas por mucho tiempo han sido inspirados por el Espejo de los Mártires, la cual es una colección de relatos y documentos que comienza con la crucifixión de Cristo y concluye con los relatos detallados de unos mil quinientos anabautistas quienes fueron encarcelados, torturados y asesinados por su fe durante el siglo dieciséis.

Las historias del costoso discipulado, desde los siglos desde la iglesia cristiana primitiva hasta la Reforma Radical y la iglesia global contemporánea, ofrecen un recordatorio de que la decisión de seguir a Cristo a veces puede ser costosa.

Pensamos que los relatos de mártires de la fe necesitan ser contados una y otra vez a cada generación, especialmente a la luz del hecho que, para muchos en la iglesia global la persecución sigue siendo una realidad vívida en la actualidad.

Desde la lapidación de Esteban, registrada en Hechos 2, la iglesia cristiana siempre ha honrado a aquellos que han sufrido o muerto por el nombre de Cristo. Algunos padres de la iglesia como Cipriano y Eusebio reconocieron la importancia de recopilar las historias de los apóstoles y de otros cristianos primitivos, quienes sufrieron o murieron como mártires (testigos) de su fe, confiando en que estos testimonios de fidelidad a Cristo inspirarían a generaciones posteriores. Por supuesto que el modelo del martirio cristiano primitivo fue Jesús. Aunque fue acusado injustamente, no recurrió a la violencia para defender su causa, sino que soportó su sufrimiento con firmeza y dignidad. Al rendirse plenamente a Dios, Jesús perdonó a sus acusadores y aceptó la humillación de la crucifixión sabiendo que al final la resurrección triunfaría sobre la muerte.

Desde una perspectiva superficial, pareciera que el determinar las condiciones correctas que hacen que un martirio sea considerado cristiano es sencillo. Sin embargo, a medida que la iglesia primitiva luchaba por especificar las creencias ortodoxas, el definir qué es un martirio era cada vez más problemático. ¿Qué es lo que tenía que creer una persona condenada para que la consideraran un mártir cristiano? Y ¿quién tenía la autoridad para hacer tal juicio? A principios del siglo V, cuando los donatistas proclamaron como mártires a aquellos miembros que fueron asesinados por Constantino, por presunta herejía, Agustín los rechazó y declaró lo siguiente: “No es el castigo, sino la causa la que hace al mártir”.

La declaración de Agustín se convirtió en un punto de referencia para la Iglesia Católica en los siglos posteriores de modo a negar que los disidentes como John Wycliffe, Peter Waldo o Juan Hus, todos ellos ejecutados por acusaciones de herejía, pudieran ser considerados legítimamente mártires. El problema de la definición de quién es un mártir, se agudizó aún más en el siglo dieciséis a medida que las diversas tradiciones religiosas, las que emergían de la reforma, comenzaron a desarrollar las listas de mártires en competencia. Era común conmemorar como héroes a personas a las que otra tradición religiosa habían declarado heréticas o sediciosas.

Otro desafío adicional, es la dificultad de separar los detalles reales que rodean a un evento de las narraciones heroicas que surgieron más adelante. En su mejor de los casos, los relatos de los mártires ayudan a las comunidades a validar su propia identidad cultural. En el peor de los casos, estos recuerdos pueden servir para justificar el resentimiento de un grupo contra otro e incluso llevar a la retribución negativa.

En la tradición anabautista, los mártires han desempeñado un papel central en la formación y el mantenimiento de una identidad colectiva, especialmente para grupos como los amish, los menonitas y los huteritas, quienes emigraron a los Estados Unidos y a Canadá en parte para escapar de la oposición religiosa en Europa y Rusia. Los relatos holandeses de mártires anabautistas, los cuales, surgiendo por primera vez como una serie de panfletos en forma clandestina, fueron reunidos en la colección Het Offer des Herren (Sacrificio al Señor). Entre 1562 y 1599, aparecieron al menos once ediciones, a menudo con nuevas narraciones de mártires, cartas de prisión o himnos.

Con la publicación de Espejo de los Mártires en 1660, esta dinámica tradición de libros de mártires llegó a su fin y el canon de los mártires anabautistas quedó prácticamente cerrado. Thieleman van Braght, un ministro menonita holandés de Haarlem, compilador y autor de Espejo de los Mártires, optó por una definición inclusiva de ortodoxia la cual podría encontrar apoyo entre todos los grupos anabautistas. Esta ortodoxia se refiere a un compromiso con el bautismo de los creyentes y la indefensión (o no resistencia) en la manera de Cristo (los editores de este libro han usado criterios similares a la hora de seleccionar las historias). Van Braght esperaba que Espejo de los Mártires pudiera servir como un punto de referencia compartido y una fuente de unidad dentro de una iglesia fragmentada. Así, se dedicó casi la mitad del gran volumen del libro, a desarrollar un argumento detallado que se remonta a los cristianos de la época de Cristo, hasta el tiempo presente; a aquellas personas quienes se mantuvieron fieles a los principios del bautismo y la no resistencia.

Irónicamente, para 1660, los anabautistas en los Países Bajos ya vivían en relativa libertad religiosa y participaban plenamente del renacimiento artístico, económico y cultural de la “edad de oro holandesa”. Por lo tanto, en lugar de instar a los lectores a mantenerse firmes ante la persecución, Van Braght advirtió sobre las seducciones de la riqueza, el respeto social y la autoridad política. Para él, las historias de los mártires sirvieron como relatos preventivos contra la amenaza de la aculturación.

Entonces, ¿por qué todavía tenemos que contar historias de mártires hoy en día?

Primero, en el contexto de las extensas libertades religiosas que disfrutan ahora los creyentes, el testimonio de los mártires proporciona un recordatorio útil de que seguir a Jesús todavía puede tener un alto precio. Sus historias nos advierten acerca de la tentación de justificar la violencia en el nombre de Cristo, como ciudadanos de un poderoso imperio “cristiano” que somos. Son testigos de la posibilidad de la no violencia y el amor al enemigo, incluso en las circunstancias más extremas. Estos relatos también nos llaman a una vida de compasión y humildad, mientras nos recuerdan que no es posible que el amor no resistente sea recompensado aquí en la tierra.

Además, debemos continuar relatando las historias acerca de los testigos valientes, porque la persecución no es solo una historia antigua, es también una realidad contemporánea. En la mayor parte del mundo, específicamente en Asia, África y América Latina, el cristianismo está creciendo rápidamente, a pesar del hecho de que los cristianos en muchos países enfrentan la dolorosa realidad de la persecución y el sufrimiento. De hecho, muchas de los relatos contemporáneos incluidos en esta colección provienen de las iglesias y comunidades en estas regiones del mundo.

Un informe publicado en 2012 por el Center for the Study of Global Christianity (Centro para el Estudio del Cristianismo Global), estima que solo en el siglo XX, alrededor de cuarenta y cinco millones de cristianos “perdieron la vida prematuramente, en una situación de en la que fueron testigos; esto es el resultado de la hostilidad humana”. Además, el informe estima que al menos cien mil cristianos han sido martirizados cada año desde el año 2000.

Claramente, dar testimonio de Cristo ante la adversidad, la persecución y el sufrimiento no es solo un antiguo recuerdo en la tradición cristiana, es también una realidad en curso. Como cristianos estamos llamados a soportar las cargas de los demás (Gálatas 6: 2), en cualquier lugar en donde una parte del cuerpo esté sufriendo por razones de dar testimonio de Cristo, el resto del cuerpo debe prestar atención. Los cristianos necesitan contar historias de persecución y martirio porque simplemente no es cristiano el permanecer en silencio, olvidar voluntariamente o desviar nuestra atención de la realidad del sufrimiento.

Los relatos de los mártires nos alientan a reexaminar nuestra propia fe. Si los cristianos occidentales han tendido a domesticar la fe, convirtiéndola en algo seguro o considerándola como una extensión de los gustos y preferencias de nuestros consumidores; el encontrarnos con estos relatos debería inquietarnos y hacernos recordar que hay algo de gran importancia en la afirmación de ser un seguidor de Jesús. Al igual que los mártires, debemos enfrentar la vida y la muerte, con la confianza de que la vida es en última instancia más fuerte que la muerte y que la historia siempre se está moviendo en dirección del reino de Dios.

Los relatos de los mártires unen a la iglesia. Los cristianos contemporáneos deben contar historias de fidelidad en medio de la adversidad, y especialmente las historias de hermanos y hermanas del Sur Global, porque al hacerlo fortalece nuestro sentido de identidad compartida. Las comunidades cristianas llegan a saber quienes son contando las historias de la fidelidad de Dios en el pasado y ubicándose en una larga línea narrativa, la cual se remonta a la historia de la iglesia primitiva, la revelación de Dios en Cristo, el pacto con los hijos de Israel, y el relato de la creación misma. Recordar a los mártires es una forma de hacer retroceder en el tiempo a la comunidad de fe, recordando a cada congregación que no está sola en su viaje, sino que se une en compañerismo con fieles cristianos a lo largo de la historia de la iglesia.

Sin embargo, también reconocemos que contar estos relatos de sufrimiento y muerte requiere de mucha sensibilidad. Es de mucha importancia la manera en que se cuentan los relatos. Contar historias de mártires cristianos contemporáneos, por ejemplo, podría endurecer los estereotipos y prejuicios ya existentes contra los musulmanes, por ejemplo.

Además, las historias de mártires pueden glorificar, sin querer, el sufrimiento, promover dicotomías simplistas de víctimas y agresores, fomentar la arrogancia religiosa o cegar a los cristianos al poder que ejercen dentro de la sociedad. También, existe el peligro que, al centrarnos en una tradición de mártires, animemos a aquellos que han sufrido abusos físicos a soportar ese dolor en silencio, o a perpetuar patologías que podrían resultar en una identidad arraigada en historias de sufrimiento, trauma y victimismo. Por otro lado, está la tentación de que al centrarnos en las historias de los mártires ignoremos las muchas ocasiones, en nuestra propia historia, en que los cristianos hemos sido los autores de las injusticias, por ejemplo, los colonos cristianos que desplazaron a los pueblos indígenas en las Américas.

Estas preocupaciones deben tomarse muy en serio. Pero la solución a estos peligros no es rechazar la historia, dejar de contar los relatos de mártires. O pensar que podemos escapar de la carga de la memoria. Por el contrario, el desafío, como ha argumentado el teólogo Miroslav Volf, es “recordar correctamente”, en la forma más básica. “Recordar correctamente” implica un esfuerzo consciente de modo a reconocer la complejidad de cada historia, reunir tantas fuentes como sea posible, poner esas fuentes a disposición de otros y resistir la tentación de conferir a los protagonistas en las historias con más santidad (o a los antagonistas con más maldad) de lo que la información disponible puede respaldar razonablemente. Incluso los mártires, cuyas acciones en el momento de su muerte consideramos ejemplares, con una mirada más detenida podemos ver que fueron personas profundamente imperfectas.

Recordar correctamente también incluye el compromiso de contar las historias con un espíritu empático, es decir, una postura conversacional comprometidos a repensar nuestra historia y nuestros compromisos teológicos desde la perspectiva del otro. Tal compromiso no es fácil; requiere de un compromiso activo de la voluntad, el intelecto y la imaginación. En última instancia, la comprensión verdaderamente empática viene a ser como un don del Espíritu Santo. Una comprensión empática dentro del contexto no justifica la violencia de los que están en el poder, ni exonera a los actores históricos de las consecuencias morales de sus decisiones. Pero, recordar correctamente sugiere también que la forma en que contamos los relatos, de aquellos que sufrieron a causa de su fe, debe ser coherente con la compasión y el amor del enemigo que pretendemos defender, incluso si hacerlo complica la narrativa.

Finalmente, recordar correctamente significa que contamos los relatos de los mártires como una confesión de fe. Los cristianos que sufren y mueren por su fe dan testimonio del señorío de Cristo. A través de sus vidas, su testimonio verbal, su perseverancia y su valor, los mártires nos dirigen a Cristo, no solo al sufrimiento que Cristo soportó, sino también a la resurrección y la verdad fundamental de que la vida es más poderosa que la muerte. Cuando los cristianos recuerdan correctamente confiesan su propio deseo de vivir de maneras que sean consistentes con estas verdades. Pensar en los relatos de los mártires como confesión significa que nos resistiremos a usarlas para explicar, defender o argumentar cualquier otra cosa.

Recordadas correctamente, estas historias pueden desafiar a los cristianos de todo el mundo a una comprensión más profunda del discipulado, a establecer relaciones más estrechas con las congregaciones que experimentan la persecución hoy y a un mayor valor de su propio testimonio público.

Mantener estos relatos vivos y continuar contando nuevas historias es una afirmación de que aquellos que renunciaron a sus vidas no lo hicieron en vano. Al recordar sus muertes y el testimonio de sus vidas, afirmamos que la historia es significativa, que nuestra fe cristiana tiene un propósito más allá de la mera conservación de sí mismo, que la verdad no puede ser asesinada y que la resurrección finalmente triunfará sobre la cruz.

Recomendamos la lectura completa del libro:

Moore, Charles E. y Timothy Keiderling. «Siendo Testigos: Relatos de martirio y discipulado radical.» 2021

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