La novia sin manchas ni arrugas

Es conmovedor ver que el trino Dios expresa su relación con la iglesia en términos de amor, noviazgo y matrimonio. Ya en el Antiguo Testamento, Dios asume el rol de esposo con respecto a su esposa no siempre fiel ni agradable, el pueblo de Dios.

Jesús ratifica esta imagen con varias parábolas alusivas al banquete nupcial. Pablo habla de la iglesia, en analogía con el matrimonio humano, como la esposa a la cual Cristo amó «y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla … a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Ef. 5. 25-27).

Y la visión juanina de Apocalipsis culmina la historia con la visión de la ciudad santa, la nueva Jerusalén, dispuesta como una esposa (Ap 21. 2, 9).

  1. La imagen de la novia habla de belleza. La teología de la belleza va íntimamente relacionada con la presencia de Dios y de la iglesia: la belleza del templo, la belleza de los cultos, la belleza de Jerusalén, la belleza de la nueva Jerusalén, el olor fragante de la presencia de la iglesia en la sociedad, y la belleza de la novia del Cordero. Todas estas imágenes indican que la belleza, el arte y la estética deben ser características resaltantes de la presencia de la iglesia.
  2. La imagen de la novia simboliza pureza. La pureza conlleva, al menos, dos dimensiones: no es adulterada con elementos foráneos a su carácter y asume una actitud consciente e higiénica de purificación. La pureza de la iglesia, la búsqueda de existencia «sin manchas ni arrugas» requiere de mucha sabiduría pastoral y de una visión equilibrada entre la ética y la teología de la gracia. La pureza sin gracia es legalismo, la gracia sin purificación conduce a la «gracia barata». Todos los esfuerzos de cuidado pastoral y disciplina eclesial deben mantener un enfoque restaurador: restaurar la belleza e integridad de la iglesia y restaurar la imagen de Cristo en miembros desviados, desanimados, desesperados o rebeldes.
  3. La imagen de la novia que espera casarse habla de expectativa. Es una proyección hacia el futuro. La iglesia ya vive el reino de Dios. El novio ya está presente en el poder del Espíritu Santo. Pero la consumación matrimonial todavía no se ha dado en forma definitiva y visible. En un momento especifico de la historia, el rey volverá para reunirse con su prometida, la comunidad de fe, la iglesia de los fieles. Ser fiel no es tanto una característica de perfeccionismo moral sino una continuidad en la expectativa y en la meta. Fiel es aquel cuyo «bien supremo» es el deseo definitivo de estar unido con Cristo. No importa la cantidad de «caídas» o de «desvíos» para medir la fidelidad. Lo que cuenta con respecto a la fidelidad es el sincero anhelo de ver el sumo bien en la unión con Cristo.

Neufeld, Alfred (2006) Vivir desde el futuro de Dios. Una introducción a la teología cristiana. Ediciones Kairós. Págs. 273, 274.


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