Fuente: Convivencia Radical: Espiritualidad Radical para el Siglo 21 págs. 21-23, 30, 34, 61.

Ya que Dios se nos ha revelado de forma única y plena en Jesús, entonces el modo de conocerlo es seguir a Jesucristo. (Hebreos 1,1-3).

Hans Denck, el reformador radical del siglo 16, decía que «nadie puede conocer en verdad a Jesús, a menos que le siga en la vida».

Por esto, el seguimiento concreto de Jesús es, sin duda, el elemento más fundamental de una auténtica espiritualidad cristiana.

Segundo Galilea lo ha expresado de esta manera:

«La originalidad y la autenticidad de la espiritualidad cristiana consistente en que seguimos a un Dios que consideró la condición humana, que tuvo una historia como la nuestra, que vivió nuestras experiencias, que hizo opciones; que se entregó a una causa por la cual sufrió, tuvo éxitos, alegrías y fracasos, y por la cual entregó su vida. Ese hombre, Jesús de Nazaret, igual a nosotros menos en el pecado, en el cual habitaba la plenitud de Dios, es modelo único de nuestra vida humana y cristiana«.

Pero normalmente no se ha pensado así. Tanto la espiritualidad católica como la protestante clásica han tendido a concebir a Jesús como deidad a ser adorada, como sacrificio propiciatorio para aplacar la ira divina y como juez que viene, pero raramente como Señor a ser seguido en la vida. Esto ha contribuido a la formación de una espiritualidad interior, espiritualizada y ultramundana.

Según la visión del Nuevo Testamento, las palabras, los hechos, los ideales y las exigencias de Jesús de Nazaret, son el único camino para conocer a Dios (Jn 14,5-11). Jesús nos revela al Dios verdadero, poderoso en su amor sufriente y compasivo. En Jesús descubrimos los valores del Reino de Dios y un modelo de vida. No se trata de una imitación pormenorizada —como, por ejemplo, calzar sandalias, trabajar de carpintero o permanecer célibe—sino de seguirle mediante una identificación con sus actitudes, su Espíritu, sus valores, su manera de ser y de hacer.

La espiritualidad cristiana tiene que ver muy especialmente con la forma en que tomamos las actitudes, el Espíritu, los hechos y las palabras de Jesús para desarrollar formas concretas de nuestro seguimiento a él en la actualidad…

Luego de su muerte y resurrección, Jesús otorgó su Espíritu a sus discípulos. Desde entonces, Jesucristo sigue presente en su Cuerpo, mediante su Espíritu. El Espíritu Santo, presente en la iglesia, es el mismo Espíritu con que Jesús fue ungido para su misión mesiánica. Por lo tanto, la espiritualidad cristiana no consiste sólo en seguir a Jesús (que es el Camino) sino también en vivir la vida de Cristo (que es la Vida) mediante su Espíritu…

El seguimiento de Jesús sólo puede hacerse con autenticidad en la comunidad de los seguidores de Jesús. Seguir a Jesús es participar con hermanos y hermanas del «Camino»: ésta es una de las primeras metáforas con que la comunidad cristiana primitiva en el Nuevo Testamento empezó a comprender su identidad corporativa

En su deseo de seguir a Jesús, la mayor parte de los anabautistas se comprometieron con el camino del amor y de la paz. No hallaron ningún apoyo en el Nuevo Testamento que justificara su participación en guerras u otras formas de coacción violenta. Por esta razón, con unas pocas excepciones, fueron reacciones a participación en las estructuras sociopolíticas de su tiempo. Muchos creían en la existencia de dos reinos: el reino de este mundo que opera en un ambiente de pecado y ley humana, y el reino de Cristo caracterizado por la gracia y el evangelio, cuya expresión más clara se encontraba en la iglesia…

Reflexión:

  • La espiritualidad cristiana es un proceso de seguir a Cristo que dura toda la vida, comienza con la confesión bautismal de nuestra voluntad de imitar el amor sacrificial de Cristo, luego esto se reconfirma con la cena del Señor y continúa a través de la búsqueda de la justicia y la paz del reino de Dios en nuestra vida diaria.
  • Nuestra espiritualidad debe ser vivida en una forma consistente con nuestro entendimiento del Espíritu de Dios. Debemos seguir sus pasos y aceptar la invitación de sus profetas, la de vivir nuestras vidas en una comunidad comprometida a la justicia y verdad, porque la mesa está preparada para todos, para dedicar nuestras vidas al bienestar de todos, incluyendo la creación.

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