Estracto del libro de Alfred Neufeld, Vivir desde el futuro de Dios, pp. 449 – 450.

El mayor aporte público que la iglesia puede dar a una nación es la procreación de iglesias saludables.

Se dice de un pastor en los suburbios de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, que la gestión social de su iglesia llamó la atención de la comunidad. Buscaron nominarlo como intendente del pueblito, pero él rechazó tal propuesta diciendo: «Tengo ambiciones superiores». Su iglesia seguía creciendo como un centro de desarrollo comunitario, de ayuda mutua, de sanidad integral y de evangelización. Al acercarse a las elecciones provinciales, otra vez se lo sugiere como candidato a gobernador. La respuesta fue la misma: «Tengo ambiciones superiores». Algunos de sus amigos pensaron que este pastor pecaba por falta de modestia, aspirando quizá en secreto a la presidencia de la república. Al indagarle cuál sería su ambición superior, su respuesta fue sorprendente: «Mi ambición superior es ser un buen pastor de mi iglesia local».

Las iglesias locales son célular sociales, sanas, generadoras de salud comunitaria. Como tales, son un antídoto necesario y esencial en una sociedad politizada. Rafael Barret, un escritor sensitivo de comienzos del siglo 20, describe el «dolor paraguayo» frente a los abusos políticos. El «virus político» contagia a las multitudes, a los partidos políticos; por falta de ideologías tienen que diferenciarse por el color de los pañuelos. Los que no comen del estado, sienten en sus venas arder un repentino patriotismo, y se largan a la lucha por la conquista del poder.

«O guerra o tiranía, la paz no nos sirve… El único tratamiento ante quiste tan colosal, inextirpable e irreductible, es producir la proliferación de células normales. Es necesario aislar el tumor, impedir que concluya devorándonos, detenerle mediante una barrera infranqueable, un cordón sanitario más y más robusto, compuesto de elementos no políticos. En resúmen, es forzoso desinfectar la generación presente, y educar la generación venidera en el alejamiento de la política y en el desprecio del poder» (Barret, en El dolor paraguayo: 111)