Por: Marcos G. Cruz

«SAVE OUR SOULS», en la temprana madrugada del 15 de abril, año 1912, el RMS Carpathia recibe un mensaje de auxilio proveniente del RMS Titanic; el último chocaría con un iceberg pocas horas atrás en la noche del 14. Aquella noticia parecía inverosímil, la prensa se había hecho eco de la salida al mar de la gigante embarcación; la tripulación del RMS Carpathia no se congelaría ante la catástrofe y acudiría al auxilio, llegando poco tiempo después del hundimiento. La presteza de los marineros del RMS Carpathia sería de múltiples maneras condecorada por salvar vidas, pero también hay historias de fe que sobrevivieron al naufragio, aunque no los autores de las mismas.

De grandes catástrofes resultan grandes historias de altruismo, algunas se contarían por personas que sobrevivirían a partir del sacrificio de otras; pese a la desesperación, los protagonistas actuarían impulsados por una profunda identidad cristiana que les llevaría a encontrar su cruz en las gélidas aguas. Diferentes motivos tendrían los pasajeros para abordar el Titanic, parecía el barco más seguro para alcanzar sus ansias, aquel terrible accidente los arrojaría a las aguas, recordando aquel pasaje de Pedro que tendiera las manos a Jesús, tampoco faltaría la fe en aquellas circunstancias, tenderían la mano al Señor y serían rescatados para la eternidad.

Del Titanic nos quedarían muchas imágenes, algunas serían legadas por el padre Francis Browne, un jesuita irlandés que se embarcara en el trasatlántico. El destino del padre Browne no iba más allá del Atlántico, al recibir una cordial invitación de una pareja de multimillonarios para seguir la travesía hasta Nueva York, el religioso consultaría a sus superiores mediante el telégrafo, consiguiendo la negativa y en consecuencia desembarcando en Queenstown. Sus fotos del Titanic captarían la atención de muchos periódicos, la Compañía Kodak le aseguraría gratuitamente los rollos fotográficos de por vida, y Browne también colaboraría con la Revista Kodak.  

Precisamente en Queenstown, un pasajero aprovecharía para escribir sin saberlo su última carta, se trataba de John Harper, pastor bautista escocés que se embarcara con su hija Annie Jessie, y su pariente Jessie W. Leitch. El motivo de su viaje era predicar por varias semanas en la Iglesia Moody allá en Chicago, ya que Harper era conocido por su entrega en el ministerio pastoral. Al acontecer el desastre, luego de que sus dos acompañantes fueran puestas en los botes, el pastor Harper llegaría incluso a ceder su chaleco salvavidas a otra persona. En la narrativa de los sobrevivientes se revelaría que, estando en las aguas el pastor no dejaría de predicar, enfatizando el texto de Hechos 16.31: «Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa». Según refiere Andrew Aldridge, Harper sería uno de los hombres más valiente a bordo de aquel barco, no por acaso la congregación donde predicara, a saber, Paisley Road Baptist Church, sería renombrada como Harper Memorial Church en 1921.

Consta asimismo el testimonio de clérigos católicos que también acompañaran a los pasajeros en aquellas oscuras y desesperanzadoras circunstancias. Thomas Byles, un hijo de ministro congregacionalista, que tiempo después se identificara con el catolicismo junto a su hermano William; abordaría el Titanic para oficiar la boda del último en Nueva York. En la mañana del 14 de abril, fecha del choque de la embarcación con el iceberg, habría celebrado la misa rememorando la Divina Misericordia. Cuentan los sobrevivientes que pasaría sus últimas horas ayudando a los pasajeros de tercera clase a subir a los botes salvavidas, él mismo rechazó dos veces subir a los botes, permanecería a bordo ocupado en el ministerio de la consolación. Confortaría con la Palabra de aquel texto de Apocalipsis 21.4: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron».

Un benedictino compartiría la tragedia del Titanic, sería Josef Peruschitz, del Monasterio de Scheyern. Se distinguía por su ministerio enfocado en la enseñanza, su desempeño en la docencia de matemáticas, música y educación física. En consecuencia, se le pediría trasladarse a Minnesota a una escuela benedictina, con probabilidades de ser su director. En la hora del siniestro también acompañaría a los fieles, a pesar de las incomprensiones de otros. Primeramente algunas mujeres rechazaron echarse a la mar en los botes salvavidas para no separarse de sus esposos, cuando llegara la oportunidad a los hombres, Josef también cedería noblemente su lugar. En su memoria reza una tarja en el monasterio de Scheyern: «Pueda Joseph Peruschitz descansar en paz, quien en el Titanic se sacrificó santamente a sí mismo».

De la septentrional Lituania estaría presente Juozas Montvila, sacerdote católico que experimentara severas presiones por parte del zarismo, a causa de su atención espiritual a los Uniatas, los cuales eran un cuerpo religioso proscrito. Además de su labor pastoral, se entregó al periodismo colaborando en medios católicos; aportando también en cuanto a sermones e ilustraciones. Juozas abordaría el Titanic poniendo sus ojos en la comunidad lituana en Norteamérica. Algún testimonio supondría su actividad pastoral en el barrio lituano en Brooklin, otros testimonios llevan a suponer su asistencia pastoral en la Parroquia Lituana San Francisco en Massachusetts. Después de la colisión, el joven sacerdote lituano rechazaría su lugar en los botes salvavidas, para así permanecer sirviendo desde su llamado ofreciendo consuelo a sus compañeros de un último viaje.  

Como una flor en nuestras páginas, permanece el recuerdo de Annie Clemmer Funk, una menonita en el Titanic. Oriunda de Pensilvania, su compromiso evangélico la llevaría a sentir una pasión por la vida misionera, en consecuencia, se embarcaría a la India, allí desarrollaría un notable ministerio como maestra juvenil. En su primer viaje trasatlántico exclamaría: «Nuestro Padre celestial está cerca de nosotros tanto en mar como en tierra. Mi confianza está en Él. No tengo miedo». Otro sería el viaje donde testificaría con sus hechos su vivencia cristiana, su madre estaba enferma, y Annie se disponía a visitarla, embarcándose en el Titanic, cumpliendo el último año de su vida a bordo. Cuando el Titanic era obvio que se sumergía, Annie alcanzaría lugar en el último bote salvavidas que estaba en cubierta, cuando una madre clamara por sus hijos que estaban en el bote, le cedería su lugar posibilitando el rescate de la madre junto a sus hijos, pero el cuerpo de Annie no sería encontrado. Aquella escuela en la India le recordaría al llamarse en su honor, Annie C. Funk Memorial School.

Todas las personas nombradas, que escribieron con sus vidas épicas historias de fe, tenían una vivencia de entrega y compromiso cristianos; es impresionante que todas ellas cedieran su lugar en detrimento de sus vidas particulares. Evidentemente ese trágico accidente no acompañaría sus propósitos cercanos, pero en esa última hora, vivieron con profundidad su ministerio. No es aconsejable dejar de proyectarse a lo futuro, pero es importante vivir con intensidad cristiana el aquí y ahora.

Galería (de izquierda a derecha):

John Harper

Thomas Byles

Josef Peruschitz

Juozas Montvila

Annie Clemmer Funk