El 13 de mayo iniciamos A Solas con Dios – El Desafío. Al final del artículo encontrará más información.

El siguiente texto fue escrito por Robert Lehigh.

Algunos piensan que la vida cristiana debe ser realmente una experiencia aburrida, y que quien se pone del lado del Señor renuncia a todo gozo y a todo privilegio. Pero el hijo de Dios tiene muchos privilegios maravillosos, y uno de esos privilegios es el acceso a Dios a través de la oración. ¡Piénsalo!

¡Tenemos la autoridad para presentarnos ante el elevado y santo Creador del universo y hablar con Él! Tener una audiencia (aunque sea una vez en la vida) con el rey de una gran nación (o el presidente de su país) sería un favor especial y nunca lo olvidaríamos. Pero el nuestro es un privilegio aún mayor. Podemos tener audiencia con el Dios que nos creó, no sólo una vez en la vida, sino todos los días. Ciertamente el camino de la oración es un gran privilegio.

Pero la oración no es sólo un gran privilegio; también es un gran ministerio. La oración se ocupa en parte de las necesidades de los demás y, por lo tanto, es una manera de servir a Dios en favor de nuestros semejantes.

Algunos dicen: “¿Qué puedo hacer? No tengo muchos talentos”.

En Lucas 2.37 se nos habla de la anciana en el templo, y Lucas dice: “Ana servía a Dios con ayunos y oraciones noche y día”.

Leemos sobre el mismo tipo de ministerio en 1 Timoteo 5.5.

La oración es un “ministerio”. Es una manera de servir a Dios. No sólo fortalece nuestros propios corazones, sino que se convierte en un medio vital de intercesión por los demás.

El profeta Samuel dijo: “Lejos esté de mí pecar contra Jehová, dejando de orar por vosotros” (1 Samuel 12.23).

Cada uno de nosotros tiene el deber de orar por los demás.

Abraham suplicó a Dios, pidiéndole que perdonara a los justos de Sodoma.

Moisés intercedió por Israel cuando Aarón y el pueblo adoraron al becerro de oro. Moisés dice: “Y Jehová se enojó contra Aarón por haberlo destruido, y yo también oré por Aarón” (Deuteronomio 9.20).

Debemos orar por el hijo (o el nieto) que pasa el día en la escuela primaria; por la hija casada que está formando su propia familia; por aquellos que están enfermos y confinados en habitaciones de hospital; por misioneros que viven y sirven a cientos de millas del médico más cercano.

La oración es un privilegio y también un ministerio en favor de los demás.


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A Solas con Dios: El Desafío